jueves, 30 de septiembre de 2010

Yuyu

En mi tierra hay zapatos y violines, piedras y empanadas, películas y loros chillones, mocos y malabaristas, ladrones y almejas, y conozco a un perro que ladra como un gato y un gato que vuela como un perro, aunque ninguno de los dos se conoce. También una vez me vi saltando con la cabeza y me quisieron comer unos bichos a los que no dije provecho, porqué no conocían al Carreño. Por pura suerte y gracias a mis habilidades como astronauta, un día te conocí chapoteando en un cuadrado, sin techo porque no estaban de promoción, por suerte claro. Con el pasar del tiempo, principalmente el del reloj, salte de un fideo a un musgo gigante y acá se ve como el musgo no es verde únicamente y el fideo se revuelca y revuelca, de chicha y de deschicha, pero yo ya deje de ser un yoyo, para avocarme de lleno al proyecto micromonumenta de ser un yuyu.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Armando el perpetuo


Cuando lo conocí ya le faltaban varios dientes, tenía una piel oscura y más arrugas juntas de las que podía imaginar, sin embargo, mi madre me decía que era más joven de lo que parecía, que había llegado junto a su familia a la población y se instalaron al lado río Zanjón de la Aguada. Un día cualquiera se fue la familia, todos hasta el perro, pero no se llevaron al Armando, lo dejaron abandonado, era un niño todavía. Cuando yo lo conocí ya era grande, pero me parecía un niño, un niño más niño que yo. Crecí viéndolo pasar por la población junto a su carretón, cuando las calles de los pasajes aun eran de tierra, cuando estaba la quinta, cuando las mariposas, las chinitas y los pololos aun revoloteaban por todos lados, cuando el río parecía que llevaba agua. Él era como parte del paisaje, llevaba una risa perpetua en su rostro, una camisa perpetua también, hasta sus profundos ojos eran de perpetua inocencia. Para mí fue el primer hip hopero que conocía, porque tenía la gorra con la visera para atrás y los pantalones a media asta. Pocas veces le pude entender su idioma rústico de base gutural y mímica, pero si embargo, por arte de magia, toda la población le entendía o parecía que le entendían. Desde lejos era como un minotauro, porque nunca se lo veía sin su carretón, parecía que había nacido con él. Llevaba siempre un montón de cartones y otras rarezas, sobre su otra mitad hecha de palos, clavos y un par de ruedas, que luego vendía por unas monedas. Lo cierto es que él nunca supo el valor del dinero, tal vez el dinero era sólo un pretexto para él, su dialogo y conexión con los demás. Ahora lo veo como un héroe, no mendigaba, no tenía casi nada material, pero disparaba si parar su sonrisa al que lo mirara, aun a sus perros, que lo seguían como hilachas desprendidas de su curtida piel.

Hace poco supe que le robaron su carretón, unos malditos le desprendieron su compañero de caminos, porque así se comporta la raza humana en ocasiones, siempre buscará un nivel más bajo, para poner a los que están más bajo. Ahora no he sabido más de él, pero me lo imagino con las dos manos por delante, caminando por las calles ahora pavimentadas, por la quinta ahora llena de edificios, por el aire ya sin insectos, junto al río que no lleva más que porquerías y con su ahora más perpetua vestimenta, disparando con más fuerza su perpetua risa.

martes, 21 de septiembre de 2010

Fragmentos

Me asechan y saltan a mi presente, recuerdos... muchos de ellos ínfimos y rutinarios, como el día en que aprendí a agarrar una escoba, o el primer día en que se me metió en las narices el olor a moho, de una de esas piezas en que luego viví, o el día en que pase una tarde entera jugando con las hojas secas de los álamos del pasaje, o el frío día en que veía caer gotas de agua sobre mi cama y el rostro de Alf, arrugado de humedad, me miraba desde una improvisad pared, o esa tarde que me tome el mate más largo de mi vida junto al río, porque me reconocía feliz con tan poco... de eso parece estar compuesta parte de la vida, de pequeños fragmentos del pasado que a veces resucitan como si se estuviera viviendo nuevamente, se van acoplando al presente, como si supieran que el tiempo es una escueta idea de nuestras ínfimas cabezas.